Sistema de crédito social: un universo de infracciones
Autor: ROLAND ROTTENFUSSER
Versión original en alemán: «Social-Credit-System: Ein Universum von Strafbarkeiten», artículo aparecido el 29 de marzo de 2023 en MULTIPOLAR MAGAZIN*.
Traducción del alemán: FP para OVALmedia
Enlace al original:
https://multipolar-magazin.de/artikel/social-credit-system
Los sistemas digitales de control y evaluación del comportamiento de los ciudadanos -los llamados sistemas de crédito social- podrían cambiar radicalmente la futura convivencia humana. En el futuro, comportamientos cotidianos que hoy siguen siendo triviales podrán ser declarados políticamente indeseables o incluso punibles. En un sistema de crédito social, la consecuencia es la exclusión parcial o total de los afectados de la vida social. Este tipo de medidas ya se probaron en Alemania durante la crisis del Covid. China está aún más avanzada en este sentido. El redactor jefe de Rubikon, Roland Rottenfußer, analiza el modelo de futuro distópico en su nuevo libro „Strategien der Macht“ («Estrategias de poder»). Multipolar publica extractos del mismo.
El asesor de clasificación no está del todo satisfecho con su clienta:
«La mayoría de sus interacciones se limitan a su círculo íntimo. Y éstos son principalmente -con perdón- personas de clases inferiores. Lo mismo ocurre con el círculo exterior. Aparte de las valoraciones mutuas de 5 estrellas del sector servicios, no hay mucho ahí«.
Demasiados pocos «me gusta» de un material humano demasiado inferior: Lacie no puede seguir así. Al fin y al cabo, la elegante suburbanita quiere llegar a lo más alto de la escala de personas socialmente respetadas. Pero el consejero conoce un remedio:
«En términos de calidad, te vendría bien un poco de ayuda. Idealmente, eso significa buenas valoraciones de gente mejor: cuatros altos. Si impresionas a gente muy bien considerada, tu curva sube, y entonces ése es tu impulso«.
En el episodio «Nosedive» („Caída en picado“)de la serie de Netflix Black Mirror, el genio distópico Charlie Brooker y su director Joe Wright crean un fascinante mundo futuro, tan cercano a las tendencias del presente que duele. La característica más destacada del mundo paralelo que allí se muestra es la siguiente: todo el mundo juzga a los demás, todo el tiempo. Después de cada encuentro con un semejante, lo califico en una escala de uno a cinco puntos con un smartphone, después lo apunto como con un revólver y pulso «Enter». Y, por supuesto, él o ella también me puntúa a mí. El sistema de clasificación calcula una puntuación media entre 1 y 5. ¿Fui lo suficientemente amable? ¿Soy servicial? ¿Le he parecido simpático? ¿O molesté a mi interlocutor con un aura de descontento o regañando?
Presión constante para adaptarse
Lo pérfido de este sistema: con la ayuda de un implante ocular, cada miembro de esta sociedad distópica puede reconocer inmediatamente la clasificación actual de cada uno de sus congéneres. Un círculo y un número aparecen entonces alrededor de la cabeza de la otra persona: 4,2 para los individuos relativamente populares o sólo 3,1 para los perdedores. Este procedimiento conduce necesariamente a una gran presión por adaptarse y al constante y convulso intento de «hacerse popular». Lacie, magníficamente encarnada por Bryce Dallas Howard, es siempre «horriblemente simpática» y luce una sonrisa artificial en la cara. A menudo suelta risitas histéricas ansiando aprobación. Al haber sido invitada por su amiga del colegio Naomi, una «cuatro alto», a su boda de la alta sociedad, espera obtener buenas críticas de la gente de bien y así ascender de categoría. Esto le permitiría también mudarse a un exclusivo complejo residencial para «cuatros altos».
En el mundo futuro que se muestra en «Nosedive», no se trata sólo de la popularidad por sí misma. En el tiempo libre, pero también en la vida profesional, se abren puertas para los de alto rango que permanecen cerradas para los de bajo rango. Si alguien ha caído muy bajo, ya ni siquiera puede abrir la puerta de su lugar de trabajo. Ha perdido su empleo. Colegas y amigos también se alejan sistemáticamente de esos perdedores. Se sienten repelidos, por así decirlo, por el olor a carroña que exuda la persona socialmente muerta – al igual que podemos observar muchas veces cuando la gente «decente» trata con los no vacunados en tiempos del Covid.
A las personas mal clasificadas sólo se les asignan coches de una clase inferior, que luego no pueden cargar en la estación de servicio para coches eléctricos. Ya no se les permite volar y no tienen acceso a fiestas y complejos de viviendas «mejores». Esto es lo que le ocurre a Lacie, que tiene algunos percances de camino a la boda de su amiga. Como su baja clasificación resultante también aparece en el móvil de su amiga del colegio, la desinvita sin contemplaciones…
Aunque todavía no tenemos en nuestro país algunas de las condiciones que se muestran en Black Mirror, el episodio resulta sobrecogedoramente realista. Porque muestra una verdad interna de la sociedad tal y como era reconocible en el momento de la primera emisión, en 2016. Especialmente en las plataformas de internet, cada uno de nuestros movimientos en la vida es constantemente clasificado o valorado con un símbolo de me gusta o no me gusta. Al mismo tiempo, existe una necesidad maníaca de casi todo el mundo de recibir „aprobación» haciéndolo todo público y exponiéndose así a la evaluación colectiva. Como Lacie, que utiliza su smartphone para fotografiar un capuccino con una galleta mordida y lo publica en Internet. Si intentamos vender algo en Amazon o eBay, nuestra «reputación» nos sigue en forma de puntuación media que varios compradores nos han dado con su clasificación. Si alguien es considerado «poco fiable», es difícil que vuelva a salir del bache de la clasificación.
Paralelismos con la discriminación durante la crisis del Covid
Sin embargo, el episodio de Black Mirror cobra especial relevancia por el tema del Covid. La entrada en el apartheid sanitario ya se había consumado en otoño de 2021. Cualquiera que no cumpliera con los deseos del Gobierno y de las empresas privadas que éste manipulaba tenía que esperar encontrarse con las puertas cerradas en muchos ámbitos de la vida, como la desafortunada protagonista de Black Mirror, Lacie. Las cosas empezaron ya a principios de 2021: los recién testados [con pruebas Covid, N.d.T.] podían comprar flores en un centro de jardinería, mientras que los no testados tenían que quedarse fuera -como los perros. Esta fase fue sólo temporal, para intensificarse con la llegada del momento en que todo el mundo recibió „una oferta de vacunación». Tanto si uno simplemente se había olvidado de hacerse la prueba, como si no podía pagarla o simplemente no le apetecía ser aterrorizado, el resultado fue, en efecto, una bifurcación de la población en privilegiados y desfavorecidos.
Hasta finales del verano de 2021, la igualdad prevalecía en gran medida, en el sentido de que todos eran tratados igual de mal y a todos se les prohibía casi todo, por ejemplo, entrar en un parque o en un paseo marítimo sin mascarilla. Pero desde el otoño de 2021, según la lógica de los gobernantes, no había excusa para los «negacionistas», y la sociedad del apartheid entró en su apogeo. A las personas de „bajo rango“ no se les permitía subir a los aviones y ya no podían viajar a muchos países del mundo. Ya no se les permitía entrar en cines, teatros, salas de conciertos y edificios públicos, y en algunos estados incluso se debatía la normativa «3G» hasta en las tiendas de comestibles [estar „testado, recuperado o vacunado“; „Getestet, Genesen, Geimpft“ en alemán, N.d.T.]. Ni siquiera los productos de primera necesidad, que -como su nombre indica- son un requisito indispensable para la vida de las personas, se libraron de la furia discriminatoria del gobierno. Sólo quedaba un «objetivo de Estado»: conducir a todo el rebaño a los centros de vacunación si era posible.
Dificultades como las que tuvo Lacie, la heroína de la serie -no poder ir a una fiesta chic, por ejemplo- deben parecer minucias a los afectados por las normativas del coronavirus. En el invierno de 2021/2022, muchos se conformaban con que se les permitiera comprar pan y mantequilla.
Los ciudadanos se controlan entre sí, pero el Estado los controla a todos
A la vista de nuestro tema general «Estrategias de poder», el ejemplo de este episodio de Black Mirror sobre un utópico sistema de crédito social no parece tan relevante a primera vista. Al fin y al cabo, aquí los ciudadanos se controlan unos a otros. Básicamente, todos son igual de poderosos, o igual de impotentes. Detrás de todo este juego social de evaluación mutua y educación en comportamientos deseables, sin embargo, puede adivinarse en cualquier momento el maestro del juego, es decir, la autoridad que ha dado vida al sistema, que proporciona el equipamiento técnico y asegura la ejecución de recompensas y castigos por parte del poder estatal, como muestra en algunas escenas de la película la intervención de agentes de policía.
En los sistemas de crédito social «reales», si es que ya existen en la Tierra, suele haber un único evaluador, premiador y castigador: el Estado. En estos casos, sin embargo, también se instrumentaliza a los ciudadanos en el sentido de control y sanción mutuos: Ya no existe una distinción tajante entre perpetradores y víctimas; los miembros de una sociedad vigilada son siempre ambas cosas a la vez. Esta estrategia de poder es quizá una de las más pérfidas de todas.
Volvamos a los iniciadores y poderosos garantes de tales sistemas de control del comportamiento. Psicodinámicamente, detrás de este furor de reeducación se esconde en primer lugar la no aceptación de las decisiones y comportamientos de los demás. Esta observación parece banal. Sin embargo, creo que es importante señalar que el fenómeno de «supervisar y castigar», como lo llamó Michel Foucault en su libro (1), está relacionado en primer lugar con la psicopatología del supervisor y del castigador.
El dominio de los intolerantes sobre los tolerantes
Nadie está de acuerdo con todo lo que sus semejantes hacen. Sin embargo, lo decisivo es lo amplio que sea el espectro de tolerancia del individuo. Si se juntan dos personas en gran medida tolerantes, suele haber un ambiente relajado en el que uno puede sentirse cómodo. En cambio, dos personas intolerantes con ideas completamente diferentes no durarán ni cinco minutos juntas en la misma habitación. Sin embargo, a menudo nos encontramos con el fenómeno de una tiranía continuada del intolerante sobre el tolerante. En el caso de los primeros, también se puede hablar de una estructura de carácter rígida o compulsiva.
Otra palabra para designarlo es pedantería. El psiquiatra y filósofo Rudolf Allers la definió así:
«La pedantería no es otra cosa que la voluntad de imponer la propia ley personal sobre las nimiedades del entorno«.
El pedante no tiene la amplitud de miras ni la estabilidad mental necesarias para tolerar la más mínima desviación de sus ideas fijas. Sin embargo, en lugar de trabajar sobre sí mismo y sus déficits, suele intentar «educar» a todos los no pedantes para que su comportamiento se mantenga dentro del estrecho cerco que él ha creado. Parafraseando a Gerhard Polt, la actitud del pedante ante el mundo también podría describirse así:
«Si no les digo exactamente lo que tienen que hacer, acaban comportándose como ellos mismos quieren«.
Si un pedante consigue una posición fuerte dentro de una familia, se le llama tirano doméstico. Si esa persona consigue reunir a su alrededor a hombres armados que persiguen y castigan a la gente por comportamientos que no le gustan al pedante, se desarrollan estructuras de bandas tiránicas, gobiernan los jefes de la mafia, los señores de la guerra o los líderes de cultos religiosos fundamentalistas. Incluso bajo la protección de la autoridad estatal, los pedantes pueden a menudo imponerse, siempre que consigan una posición clave y puedan infiltrar sus ideas en amplios sectores del aparato de poder.
Ciertamente, esto no explica exhaustivamente la naturaleza del Estado. Pero si nos fijamos en las orgías de prohibición de hoy en día, realmente tenemos la impresión de que los pequeños de mente se exageran a sí mismos hasta lo grandioso con la ayuda de narrativas hábilmente construidas y un aparato de poder bien organizado. Un trastorno obsesivo-compulsivo personal compartido por los miembros de un grupo social influyente se transforma en coacción intensificada contra millones de sujetos.
Merkel y la «tolerancia cero»
Angela Merkel, que al menos antes de la crisis Covid gozaba de la reputación de una gobernante más bien comprensiva y moderada, ya mostró sus verdaderos colores en un vídeo que data de 2006: una estrechez de miras que, combinada con el poder, formaba una peligrosa amalgama. La filmación, grabada durante un discurso, muestra a una Merkel llena de venenosa agresividad, pidiendo un Estado de vigilancia de gran alcance. Sin la CDU / CSU , dijo Merkel, «todavía» no tendríamos hoy cámaras de vídeo en el metro y lugares públicos.
Tales decisiones, dijo de forma bastante antidemocrática, no deberían discutirse, simplemente deberían tomarse. Algunos políticos, explicó, piensan que «no es tan malo» que alguien haga pintadas, choque con otros o aparque en tercera fila. Con aleccionador patetismo la Canciller proclamó «Cero tolerancia» hasta para las infracciones menores. El discurso parece un insulto arrollador a todo el pueblo, como si todos fuéramos una pandilla de gamberros y ella, la canciller, hubiera recibido la orden de limpiar el establo. En este discurso se puso de manifiesto la venenosa aversión de una «élite» acostumbrada al poder a la fuerza autónoma, a veces rompedora de moldes, de la vida.
Si los dirigentes de un país luchan abiertamente contra la tolerancia y si, además, la población, los medios de comunicación y la «élite intelectual» lo aceptan sin rechistar, me temo que están preparando el terreno para intensificar formas de gobierno autoritario. Bien podrían proclamar: «bondad cero», «generosidad cero» o incluso: «libertad cero», y sería de temer que el público aceptara sin rechistar este insulto a sus valores básicos más importantes. En EE.UU. -o en nombre del gobierno de EE.UU.- poco después de la campaña Tolerancia Cero proclamada en Nueva York en 1994 por el entonces alcalde Rudy Giuliani, se desataron guerras, se encarceló y torturó a personas sin juicio previo, se reforzaron las estructuras del estado policial y se concedieron al presidente amplios poderes de emergencia. ¿Coincidencia?
China lidera la vigilancia
El episodio «Nosedive» de Black Mirror se ha interpretado a menudo, y con razón, como un eco artístico del sistema chino de crédito social. Por ello quiero describirlo brevemente, tomando prestado del libro sobre China de Kai Strittmer „Die Neuerfindung der Diktatur“ («La reinvención de la dictadura»), dejando claras algunas cosas que también son relevantes para la evaluación del totalitarismo covidiano en casi todo el mundo. China ha sido tratada durante mucho tiempo con guantes de seda periodísticos, especialmente en la «prensa alternativa». Desde el punto de vista del entendimiento pacífico, esta actitud tiene sentido, porque los políticos y los medios de comunicación occidentales han construido masivamente sobre el país -junto con Rusia- una imagen enemiga, también para desacreditarlo como potente rival global de EEUU y Europa. El periodismo independiente debe intentar ahora hacer justicia a China. Pero «justo» no significa acrítico, porque en términos de vigilancia y control del comportamiento apoyados en la tecnología, China es tristemente líder mundial y nos muestra un posible futuro distópico para la humanidad.
«Nuestro objetivo es normalizar la relación entre las personas. Si todo el mundo se comporta según la norma, la sociedad será automáticamente estable y armoniosa«. (2)
Así lo afirma un funcionario de la ciudad oriental china de Rongcheng, donde se está llevando a cabo el experimento más avanzado hasta la fecha de un «sistema de crédito social». Rongcheng está equipada con una densa red de cámaras de vigilancia que utilizan programas de reconocimiento facial. De este modo, los individuos son tan identificables fuera de internet como dentro en caso de infracción. A cada ciudadano se le asignan inicialmente 1.000 puntos como «adelanto de buena voluntad». A partir de ahí, hay puntos adicionales o deducciones en función de la conducta. A partir de 1.050 puntos, se considera un «modelo de honradez». Por debajo de 849, se aplica un «nivel de advertencia». Quien haya caído por debajo de 599 puntos se clasifica como «deshonesto» y se convierte así en «objeto de una vigilancia importante».
Ingrediente principal: la moralidad
El «sistema de responsabilidad social», como se denomina oficialmente, combina la educación moral con la vigilancia. Según el director Huang, uno de los responsables de la aplicación en Rongcheng, los residentes solían saltarse los semáforos en rojo todo el tiempo. Pagaban las multas encogiéndose de hombros. «Ahora nadie se atreve a hacerlo. Porque se caerían en su calificación», dice Huang.
El secretario del Partido, Dong Jiangang, según el libro de Kai Strittmatter, es un funcionario administrativo del «Distrito del Amanecer» de Rongcheng. Expresó al autor:
«En el pasado, la gente no conocía los límites. (…) Ahora ha vuelto la moral. (…) Estamos construyendo un barrio honesto«.
Delante del despacho de Dong Jiangang hay un gran tablón de anuncios. «Aquí enumeramos a los infractores de la confianza». Entre las infracciones allí puestas en la picota: dejar una caca de perro o verter agua delante de la puerta en invierno. En el lado positivo: Palear la nieve o poner el sótano de uno a disposición para cantar canciones revolucionarias.
«Si tienes muchos puntos negativos», dijo el secretario del partido, «entonces los demás murmuran sobre ti: mira, ése, ése es tal cosa. O esa otra. Eso te afecta al honor. A veces basta con advertir a la gente: «Tú, te vamos a degradar». Entonces se asustan«.
Según Dong, muchos padres preguntan por la puntuación de un yerno potencial antes de que su hija se case. Una viñeta de un periódico chino muestra a un joven que ofrece un ramo de flores a su amada. Ella se niega.
«Nunca pagas tus deudas. He visto tu foto en la gran pantalla de vídeo del comité callejero. Nunca saldré contigo«.
El pie de foto advierte: «No arruines toda tu vida con tus faltas de confianza». Si haces algo malo, «algún día no te dejarán subir a un avión ni a un tren rápido. Y yo no te contrataré».
Como la Schufa, pero más completo
[Schufa: Nombre coloquial en Alemania para un documento que demuestra que no tienes deudas pendientes, N.d.T.]
Es importante conocer algunos de estos detalles para hacerse una idea del «sistema chino». Sobre la filosofía de este método de gestión del comportamiento, un plan del Consejo de Estado para establecer un sistema de confianza social dice: «Los dignos de confianza serán libres de vagar bajo el cielo, pero los que rompen la confianza no podrán dar un solo paso». El profesor Zhang Zhang, de la Universidad de Pekín, a preguntas de Kai Strittmatter, explica: «Hay gente buena y gente mala. Ahora imagina un mundo en el que se recompensa a los buenos y se castiga a los malos». El profesor compara el sistema chino con la Schufa alemana, sólo que más grande, que lo abarca todo.
«Por supuesto, tu manejo del dinero es importante. También si pagas tus deudas a tiempo. (…) Pero cómo tratas a tus padres y a tu cónyuge, todas tus acciones sociales, si observas las normas morales y cómo lo haces, ¿no nos dice eso también cosas cruciales sobre tu fiabilidad?«.
Kai Strittmatter también informa sobre una aplicación llamada «Honest Shanghai», que contiene más de 5.000 datos individuales por ciudadano. En consecuencia, uno es clasificado como «bueno» o «malo». Donar sangre, por ejemplo, se considera bueno, viajar sin boleto se considera malo. Las personas «buenas» pueden, por ejemplo, tomar prestados libros de la biblioteca pública sin pagar un depósito.
«En este sistema, todos somos -individuos, empresas, organizaciones- nada más que conjuntos de datos andantes. Y corresponde al gobierno desviar y evaluar todo este flujo incesante de datos para luego controlar nuestro comportamiento como ciudadanos, como economía y como sociedad con incentivos y con castigos en su sentido», escribe Strittmatter.
Esta es la principal diferencia entre el sistema real en China y el ficticio que observamos en un episodio de Black Mirror: no es «todo el mundo juzga a todo el mundo», sino que es principalmente una autoridad la que pone las notas según su propio gusto: el Estado.
Sin embargo, incluso en China, el control del comportamiento está en parte privatizado, como en Alemania, donde se reclutó en masa a tenderos, conductores de tren, conductores de autobús y personal de seguridad como guardianes de las normas sanitarias. Muchos daban la impresión de estar encantados de ser contratados. Un ejemplo de sistema privado de crédito social en China es «Sesame Credit», parte de la «aplicación Alipay que lidera el mercado de pagos sin efectivo». En este sistema, a cada usuario se le asignan entre 350 y 950 puntos. Los criterios son «preferencias de comportamiento y redes personales», además de la «capacidad de reembolso de deudas». Li Yingyun, director técnico del proyecto, comenta:
«Alguien que juega a videojuegos diez horas al día probablemente sería clasificado como persona improductiva. En cambio, alguien que compra pañales a menudo probablemente sería reconocido como un padre con un mayor sentido de la responsabilidad«.
Así, el comportamiento de compra, tanto online como offline, se comunica directamente a la «central» y allí se evalúa. «Además, la puntuación de tus amigos influye en tu valoración de Sesame«. Para Strittmatter, está claro lo que esto significa: «Aléjate de los amigos con mala puntuación». En el portal de citas Baihe, los buscadores se anuncian con su alta puntuación. Uno puede imaginarse lo difícil que debe ser para los puntos bajos acercarse al matrimonio, la pareja o incluso «sólo» al sexo.
La determinación externa sustituye a la autodeterminación
Ahora ha quedado claro lo que significan para una sociedad los diversos métodos de control del comportamiento, cada vez más estrechamente entrelazados: Como ciudadano, se le incita constantemente a pensar en cómo le juzgan los órganos del Estado. Se ha vuelto imposible escapar a la constante retroalimentación no solicitada.
En este contexto, también se pueden citar los emojis electrónicos (tristes o risueños) que se han convertido en algo habitual a la entrada de pueblos y ciudades, alertando de las infracciones de las normas o del exceso de velocidad. En cada esquina, por así decirlo, alguien nos grita: «Me gusta / no me gusta lo que estás haciendo». Esto crea un estrés permanente de querer agradar o tener que agradar, incluso cuando no hay amenaza de castigo. Las medidas de microeducación dirigen continuamente nuestro comportamiento en una dirección determinada. Las personas actúan cada vez más de una manera determinada externamente que autodeterminada, lo que a la larga puede debilitar su confianza en su propio poder de juicio.
El número de comportamientos por los que se reprende a las personas va a aumentar considerablemente, ya que ahora no sólo se castigan las infracciones de la ley en sentido estricto, sino también la «moralidad» y la adaptabilidad social en general. En cambio, la persecución penal convencional se asemeja a una red de malla ancha: Si no asesinas, abusas, violas, robas, engañas o insultas a nadie, tienes muchas posibilidades de pasar por la vida sin ser molestado. No ocurre lo mismo con los sistemas de crédito social: En un sistema de este tipo, uno tiene que temer desventajas incluso por «infracciones» que de otro modo no estarían sujetas a sanciones estatales, como comportarse de forma grosera y malhumorada, pagar tarde una factura, no cuidar lo suficiente a los padres… Uno se siente «como en casa en un universo de punibilidad», según Michel Foucault. Se instaura una cultura de la mezquindad. No queda casi nada que sea demasiado insignificante para ser objeto de juicio y reproche.
(…)
Cada vez se castigan más cosas
A medida que la práctica penal progresa a lo largo de los siglos, «se produce una adaptación y un perfeccionamiento de los aparatos que registran y vigilan el comportamiento cotidiano de los individuos, su identidad, su actividad, sus gestos aparentemente sin sentido» (Foucault). La justicia se vuelve más «mezquina», es decir, extiende su poder de represión a cada vez más «infracciones» e intenta así normativizar el comportamiento humano en cada vez más ámbitos. El resultado es «un repaso concienzudo del cuerpo social», por el que «aumenta la intolerancia hacia los delitos contra la propiedad, los controles se hacen más estrictos y las medidas punitivas comienzan antes y se hacen más numerosas». Los delitos de nueva creación relacionados con las infracciones de las normas del Covid son un buen ejemplo de esta tendencia.
Según Foucault, el ideal social subyacente es militar.
Éste «no invoca el estado de naturaleza, sino las ruedas cuidadosamente ensambladas de una máquina; no un contrato original, sino relaciones coercitivas permanentes; no derechos fundamentales, sino perforaciones progresivas sin fin; no la voluntad general, sino la docilidad y la sumisión automáticas».
Aparte del ámbito militar, el «adiestramiento» se extendió también a muchos ámbitos civiles, como la escuela y el lugar de trabajo. Incluía la formación en el comportamiento, así como la postura y la actitud interior, incluida la educación en la limpieza y la sexualidad. Con la progresiva radicalización del poder estatal, se amplía no sólo el número de ocasiones para castigar, sino también las formas de castigo.
«Por un lado, los más pequeños errores de comportamiento deben ser castigados, por otro, elementos aparentemente inofensivos del aparato disciplinario deben ser convertidos en castigos; hasta que todo pueda servir para castigar todo; hasta que cada sujeto se encuentre a gusto en un universo de punibilidades y medios punitivos«.
Hoy, cuando vemos que no hacerse la prueba del coronavirus como persona no vacunada puede considerarse un «delito» y el «castigo» puede ser no ir a un bar a tomar una cerveza con los amigos, el análisis de Foucault resulta profético. Todo puede servir para castigarlo todo. Muy interesantes en relación con la situación del Covid son también las afirmaciones de Foucault sobre la normalidad y la normatización.
«Junto con la vigilancia, la normatización se convierte en uno de los grandes instrumentos del poder al final de la época clásica. Las marcas que hacían visibles la clase y el privilegio son sustituidas cada vez más por un sistema de grados de normalidad que indican la pertenencia a un cuerpo social homogéneo, pero que tienen un efecto clasificatorio y jerarquizador«.
Al fin y al cabo, con la crisis Covid hemos vivido una especie de apartheid según el grado de conformidad, que repite las formas clásicas de discriminación de forma más refinada. En lugar de ser discriminados por el color de piel o la orientación sexual «equivocadas», las personas podían catapultarse a la marginación social por tener un estado de vacunación incorrecto o por negarse a cooperar con las normas sanitarias estatales.
(…)
Conformismo en lugar de crítica
Una «predicción» particularmente importante realizada en el episodio de Black Mirror «Nosedive» descrito anteriormente es la relativa al comportamiento de la masa de la gente. En la serie, como en la realidad del Covid, se pone de manifiesto sobre todo una cosa: un extremado conformismo. La necesidad de quedar bien con el mayor número posible de personas, de ser popular, de caer bien. Una triste timidez a estar solo, a ser diferente de sus semejantes o a ser desaprobado por ellos, es decir, no soportar la crítica. «Gusto, luego existo».
Además, muestra la voluntad irrestricta de la mayoría de la gente de participar en la exclusión de personas que son desaprobadas por la mayoría. En cambio, falta por completo la crítica a los criterios de evaluación establecidos por el «sistema».
Tampoco se cuestiona el principio de la asignación escalonada de privilegios. Tanto en la serie como en la realidad de la crisis Covid no son las personas las que luchan contra la presión de la igualación y el control del comportamiento que posibilitan las modernas herramientas técnicas, sino aquellas personas que ya no son capaces de soportarlo, personas a las que el sistema tacha de subclase y expulsa del rebaño de los «decentes».
Roland Rottenfußer, Strategien der Macht (Estrategias de poder), Rubikon, 416 páginas, 24 euros
Sobre el autor: Roland Rottenfußer, nacido en 1963, estudió germanística en Múnich y trabajó como editor, redactor publicitario y cazatalentos para editoriales de libros. De 2001 a 2005 fue redactor en la revista espiritual Connection, y más tarde en la revista en línea Hinter den Schlagzeilen [«Tras los titulares», N.d.T.]. Desde 2021 es redactor jefe de Rubikon. Sus publicaciones más recientes son «Schuld-Entrümpelung» [«Liquidación de deudas»] y -junto con Konstantin Wecker y Günter Bauch- «Das ganze schrecklich schöne Leben» [«Toda la terriblemente hermosa vida»].
Notas
(1) Michel Foucault, Überwachen und Strafen: Die Geburt eines Gefängnisses, («Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión»), Suhrkamp, Frankfurt a. M. 1994.
(2) Kai Strittmatter, Die Neuerfindung der Diktatur. Wie China den digitalen Überwachungsstaat aufbaut und uns damit herausfordert [La reinvención de la dictadura. Cómo China construye el Estado de vigilancia digital y nos desafía con él], Piper, Múnich 2018.
*Uno de los principales artífices del Multipolar Magazin es el analista PAUL SCHREYER: Su libro «Crónica de una crisis anunciada», sobre los eventos pandémicos planificados, está disponible AQUÍ en español.